Rabino Itzjak Ginsburgh
Después de una intensiva contemplación de nuestras deficiencias, nos dirigimos a nuestro Creador en plegaria para mediar la brecha que nos separa de Él. Clamando desde las profundidades de nuestro corazón, rogamos a D-os que nos acerque a El. Todo sentimiento de distancia de El genera el tema de otra plegaria, otro clamor dirigido hacia El [2]. Como aconseja el rey David: "Echa tu carga sobre Dios y El te sustentará" [3]. Este tipo de plegaria no surge de desesperación o depresión, sino de la desilusión que sentimos de nosotros mismos al acceder a un estado de humildad. Aunque, como lo dijimos anteriormente [4], ser conscientes de nuestra propia pequeñez en el contexto de la grandeza de D-os nos produce felicidad y confidencia, esta felicidad no nos ciega ante la necesidad de perfeccionarnos a nosotros mismos. Por lo contrario, cuanto más sentimos el interés de Dios en nuestras vidas, más nos vemos impulsados a vivir a la altura del potencial innato y no traicionar la imagen Divina en nosotros.
En otras palabras, aunque seamos felices, también sentimos tristeza, o como dijo Rabí Zalman de Liadi, "amargura" [5] . Esta amargura es una insatisfacción profunda y existencial con la vida, debida a nuestras propias deficiencias. Si estamos encolerizados, no estamos encolerizados con el mundo sino con nosotros mismos. "Amargura" es el término medio entre la resignación de aceptarnos a nosotros mismos (que nos absuelve de la necesidad de mejorarnos) y la depresión que proviene de desesperar al proponernos mejorar. No nos hemos dado por vencidos respecto a nosotros mismos, pero tampoco estamos satisfechos con nuestra manera de ser. Esta es la "amargura" que nos motiva a rezar.
Para el judaísmo es evidente que cuando nos abruman los problemas, incluyendo la ansiedad respecto a las dificultades de la vida, debemos buscar a Dios para que nos ayude a resolverlos. La fe en la omnipotencia y misericordia de Dios implica que El puede proveer y proveerá la solución más segura. Sea por intermedio de las palabras inspiradoras de un salmo o del libro de plegarias, o verbalizando los deseos de nuestro corazón, siempre buscamos la intervención benevolente de Dios [6].
Nunca debemos caer en la trampa de pensar que siendo Dios compasivo por naturaleza, no es necesario que oremos, o que si Dios nos hace sufrir pese a Su compasión, debe ser por nuestro bien. Aunque es necesariamente cierto que Dios es compasivo y todo lo que El hace es por nuestro bien, El también desea que nosotros reconozcamos nuestra impotencia ante El y tengamos conciencia que podemos y debemos dirigirnos a El por todo. Incluso si nuestro sufrimiento es una expiación por haber actuado mal o una rectificación de una encarnación previa, la sentencia siempre puede ser cambiada mediante una plegaria de corazón.
Los sabios enseñan [7] que la razón por la que los patriarcas y las matriarcas no tuvieron hijos por tanto tiempo era para que sintieran la inspiración de rogar a Dios al respecto. Su necesidad los llevó a verter sus corazones ante Dios y de esa manera trabar una relación con El. Una fría noche de invierno, el Baal Shem Tov y su grupo visitaron de incógnito a cierto judío pobre. El campesino estaba sumamente contento de cumplir con el mandamiento de hospitalidad y dio una cálida bienvenida a sus huéspedes. Corrió al bosque a cortar leña para servirles una bebida caliente, se apresuró al pueblo a comprar leche para su te, les dio las sábanas y almohadas de la familia para que durmieran sobre ellas y les sirvió la mejor comida que podía permitirse. Pero el Baal Shem Tov y sus discípulos se quedaron cinco días hasta que el campesino tuvo que vender casi todo lo que tenía para satisfacer las necesidades y demandas de sus huéspedes. Todo el tiempo el campesino se sentía agradecido por la oportunidad de ser anfitrión de sus visitantes. Pero eso no cambió el hecho que si antes que sus visitantes llegaron era pobre, cuando estos se fueron quedó sumido en la indigencia total. Cuando sus hijos lloraban de hambre, él le preguntó a Dios por qué lo había bendecido con la oportunidad de recibir huéspedes y después lo había dejado sin medios para mantener a su familia. En ese mismo momento, un no judío golpeó en la puerta del campesino y le pidió una bebida. Este no judío eventualmente involucró al campesino en determinados negocios que lo hicieron rico. Un tiempo después, el campesino rico hizo una visita al Baal Shem Tov. El Baal Shem Tov le dijo: "Vi que había sido decretado en el cielo que te harías rico, pero que la riqueza no podía llegar porque no la habías pedido. Te conformabas con tan poco. De modo que tenía que vaciarte de todo para que rogaras y pidieras la abundancia que era tuya por derecho .[8] Al invocar la compasión de Dios en la plegaria, admitimos que ciertas cosas en la vida son demasiado grandes para nosotros y que no tenemos las llaves para nuestra salvación. Al hacerlo, finalmente neutralizamos al ego y cuando el ego está neutralizado sus ansiedades se neutralizan con él.
2- Como lo enseñó Rabí Najman de Breslav. 3- Salmos 55:23. 4- Pag. 5- Tania, cap.31. La paradoja de la capacidad del judío de experimentar tanto felicidad como "amargura" simultáneamente se plantea en las primeras líneas del Tania y es resuelta en los capítulos 26-34. 6- Como lo explicaremos más adelante, volcar nuestro corazón en privado y verbalmente ante Dios, nuestro amante Padre, es el núcleo explícito de la dirección jasídica propuesta por Rabí Najman de Breslav. Esta práctica se expresa emotivamente en dos versículos de la Biblia: "Oración del doliente, cuando angustiado vierte su lamento ante Dios" (Salmos 102:1); "Vierte como agua tu corazón ante Dios" (Lamentaciones 2:19). Este segundo versículo alude a la etapa de "endulzamiento dentro de sumisión", porque las aguas amargas del amargo estado psicológico en el que uno está sumido se endulzan al verterlas, con fe, ante Dios. La única aparición de la raiz "endulzar" en los Cinco Libros de Moisés es cuando Moisés endulzó las aguas amargas (Exodo 15:25). 7- Ievamot 64. 8- La historia completa se encuentra en Me´orot HaGdolim, citada en Kol Sipurei Baal Shem Tov 18:5
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